lunes, 3 de mayo de 2010

Since we last spoke...

Me dejó con un libro en la mano y un par de galletas escondidas en el pantalón. Había pagado antes con llanto algunas decisiones que no podía entender, malos entendidos, desilusiones, y ahora me negaba a lagrimear ante su huida. No quería acabar así pero quizás me correspondía ser patético ese anochecer de enero. Suerte que no llovía.
Camine a través de Vicuña sin dirección, sin levantar mirada ni por curiosidad ,manteniendo apretado el libro que en cada semáforo parecía hacerse más mío, más intimo, más amigo. Lo miraba con ojos tiernos como si le hubiese fallado en alguna promesa...
En cada paso me esperaba su número de celular, el aroma de perfume frutal (uva), la inspiración hecha un beso y todas las noches en las que me creí superhéroe esperando la micro en esa oscura esquina. Procure borrar cada paso para desorientar las ganas de volver, para permitirle a la avenida zafar del olor a muerto que llevaba y así no llenarla de moscas. Puente Alto lucía especialmente egoísta esa desesperada noche y yo desvaneciente a punta de preguntas sin sentido. ¿Cómo algo tan bello podía desgarrar con tanta frialdad?
Esa noche fui sombra entre las luces de Luis Matte, los flaites de Vicuña, las sopaipillas de carrito y los anarquistas del metro. Si he de ser sincero espere su voz rogando mi regreso hasta que pasaron las horas y me rodeo el silencio. Es lo último que recuerdo en torno a ella y la avenida.
Y de mi quedó la carne y los huesos entumidos, el ayer, un perro que me siguió por Verdi, un traje de superman hecho mierda, una receta trucha de pastillas para odiarla y mi libro rodeado de galletas de coco, una gran combinación para hacer la previa de un seguro y sangriento desvelo.

Y puta que se demoro ese maldito amanecer...

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