domingo, 23 de noviembre de 2008

Memorias

Soy aleatoriamente memorioso. Es decir, tengo una preciosa y espléndida habilidad de memorizar. Habilidad que no responde, para nada, a mis intereses personales. Hay una división en mi capacidad de controlar mi mente y en la capacidad de retener información y sentimientos. Así que, no importa lo mucho que mi corazón aumente en revoluciones cada vez que te vea, si a mi caprichosa mente no le da la gana, la próxima vez que te encuentre de frente no recordaré tu nombre. Y es esta la mayor de las maldiciones a la hora de emprender un nuevo rumbo. Porque... todos relacionan la cantidad de cosas que recuerdas sobre ellos con la cantidad de importancia que le das.

Y en parte tienen razón, porque ¿Cómo se puede amar algo que no se lleva en la mente? Pero la verdadera pregunta que te hago es: ¿Realmente crees que es tu nombre lo que provoca los giros en mis adentros?

Todo esto me llevó a hacer pensar en mi defectuosa y autosuficiente mente. Mi cerebro no funciona como la mayoría de sus otros colegas cerebros. Son pocas cosas a las que a mi antojadiza mente le da la gana retener, y son esas, las que otras personas pensarán que son totalmente estúpidas; imágenes de una luna en la niñez, una carretera y un auto alejarse, un precioso cuadro de una escena religiosa en la casa de mi abuela, una pintura hecha con aerosol en una pared antigua, un comentario de un profesor que nunca se me olvido, cómo me sentí cuando aprendí la importancia de la primera persona en un escrito, una escena de ancianos, un rostro dormido en un cagon del metro, un árbol solitario en una montaña a lo lejos, un árbol muy cerca en una montaña resbaladiza, el sabor de una fresa silvestre, dos puntos dibujados en un papel de libreta, una libreta con olor a pasado, una piel reflejando el sol, un recuerdo de un recuerdo en un precioso lugar ya olvidado, y un aguacero de lluvia tan pura que aún se escuchan saltando las gotas. Y es que cuando vivo, vivo con la mirada hacia al frente pero con la consciencia rebotando a través del tiempo, de espacios, de momentos, lugares y personas...

Mientras tú escuchas las palabras que salen de la boca de aquel que te habla y las guardas en tu mente, yo escucho mil voces que gritan a su modo provocando mil ecos que se confunden entre sí. Escucho la risa que cantan tus labios. Me hablan tus ojos tan tiernos que miran el rastro de tus propias manos, manos que cambian el ritmo del aire, aire que impulsa tu aroma que le habla directo a mis adentros. Escucho todos los silencios que colocas entre cada idea y cada palabra (¡parecen eternos!). Respiro a tu ritmo, te escucho, te siento y te vivo. ¿Cómo tener espacio para guardar tu nombre, si tengo cada uno de los efectos negativos que le haces a mi mundo ocupando todo mi ser?

Y es que cuando te pienso, preciosa, no es tu nombre lo que llega a mi mente, sino todo lo que representa. Y eso, desafortunadamente, mi mente y mi corazón (con todo y sus revoluciones causadas por ti) las tienen guardadas aquí, conmigo, adentro.

Por siempre escrito con sangre...

martes, 14 de octubre de 2008


Hace ya mucho tiempo, cuando solía compartir más a menudo afuera de mi casa con algunas de mis amistades vecinas, me quedaba contemplando indefinidamente una antena a la distancia. A veces olvidaba la belleza de mi alrededor por solo mirarla. Todavía se ve, en las cercanías de mi casa, aquella gigante detenida en el tiempo. Allí, simétricamente erguida sobre sus cuatro interminables soportes se entrelaza una telaraña metálica que sostiene su imponente estructura. En el centro, se alza vertical un soporte que sostiene en su punta una bombilla que alumbra en los cielos a los aviones la posición de la antena. Lo que me llamaba la atención de esta bombilla es que por el día iluminaba intermitente mente de un colo azul casi blanco, y por la noche, de un intenso rojo.

Mi pasatiempo era mirar el momento específico en el que se transfiguraba el color. Me encantaba ser la única presencia consciente de este ignorado suceso. De azul a rojo. Un segundo. Mirar a otro lado hubiese significado perder ese preciso instante.

Y heme aquí, viviendo cada día con la mirada en la antena de la vida. Esperando espectante el ignorado suceso en el que la luz cambie de color. Y es que se me olvida que la vida no es como la bombilla de las antenas, no está preconcebida ni programada para cambiar a una hora específica o en algún momento determinado. Pero aún así aquí me quedo, como si mis ojos forzaran el tiempo, no tengo opción, no lo soporto más, muero por dentro, es la luz... o la muerte. Vivo esperando el momento en que los colores de un alma se transformen... aunque yo sea la única persona que esté mirando cuando suceda... no demores tanto... porfavor...


A lo mejor hay gente que espera de mí algún otro color, algún otro brillo de alguna otra intensidad. Ya no miraré a ver si cambias de color, ahora solo vivo mi vida hasta que una luz, no su antena, sea la que me haga su eterno espectador.